Con Federico Kauffmann en Kuélap


Texto: Nilton Torres Varillas.
Fotografía: Sharon Castellanos.

Federico Kauffmann Doig tenía cinco años cuando vio Kuélap por primera vez. Él y sus padres vivían en Cocochillo –hoy Camporredondo–, distrito de la provincia de Luya, en Amazonas. Camino a la ciudad de Chachapoyas para participar de las celebraciones por las festividades de la patrona Mamá Asunta, el pequeño Federico observaba con atención todo aquello que le mostraba su padre, un alemán inmigrado a la Amazonía peruana al finalizar la Primera Guerra Mundial.

Entre esas cosas maravillosas que le enseñó mientras cruzaban el valle que bordea el río Utcubamba, estaba esa enorme construcción de piedra que se veía, portentosa, a lo lejos.

Cuarenta y nueve años después de aquella travesía, en 1982, y convertido en un importante arqueólogo e historiador, por fin vio de cerca esas asombrosas murallas cuyas paredes alcanzan los 19 metros de alto y 585 metros de largo. Imponente conjunto arquitectónico construido por los Chachapoyas alrededor de los años 800 y 1100 de nuestra era, sobre una montaña y a tres mil metros de altura.

Es una tarde soleada del mes de noviembre y 31 años después de ese primer arribo, el doctor Federico Kauffmann contempla con porfiada admiración ese portento arquitectónico de esos eximios arquitectos y dueños de una profunda veneración por sus difuntos, cuyo testimonio ha quedado en los mausoleos construidos sobre escarpados precipicios, y los sarcófagos –los famosos purunmachos–que por cientos se han descubierto en este boscoso y húmedo territorio de los andes amazónicos.
“Hay que admirar esta grandeza –dice–. Esos muros que se elevan a los cielos”.

Al arqueólogo, de 86 años, la altura no le afecta. Camina a paso ligero, sube y baja por el escarpado terreno, y describe con esmero los portentos que alcanzaron los Chachapoyas, ya que le toca fungir de cicerone para recorrer el majestuoso Kuélap.

Alturas amuralladas
Se le ha llamado fortaleza y también ciudadela, pero para Federico Kauffmann, Kuélap fue un centro de administración de alimentos y a la vez espacio de culto, pero esto último entendido como lugar destinado a los rituales para auspiciar las cosechas.

“Los peruanos siempre hemos estado a merced de la naturaleza, sobre todo el fenómeno de El Niño. Por eso mi teoría sobre Kuélap es que era, con sus más de 400 recintos circulares de piedra, una gran despensa donde se guardaban los granos, la carne, en previsión de sequías o lluvias”.

El acceso principal al recinto es un boquete que parte en dos la muralla y se va estrechando conforme se asciende hasta la primera plataforma del conjunto monumental.

“Este callejón es la gran vagina de la Pachamama, la madre tierra”, dice Kauffmann. Y en esa alegoría, la explanada donde estuvieron los almacenes circulares serían el útero que cobija la vida, es decir, los alimentos.

En el recinto los árboles han crecido de manera silvestre. Árboles en cuyas ramas crecen helechos que se alimentan de la humedad del ambiente.

El doctor Kauffmann se detiene frente a una pared conservada de uno de esos graneros, de los pocos aún en pie, en la que se aprecian unos rombos. El arqueólogo explica que esas figuras, junto con los ornamentos en zigzag y los de forma de grecas, eran los tres elementos iconográficos que identifican a los Chachapoyas.

“Vemos como las figuras se repiten y forman esos rombos que parecen ojos. Ojos de puma, les dicen, pero aún hay mucho por discutir. Por eso, estudien arqueología y encuentren otras explicaciones”, dice dirigiéndose a la audiencia que se ha reunido a su alrededor. Y es que entre los visitantes de esta tarde en Kuélap hay profesores de colegio con sus alumnos, quienes al percatarse de que aquel ágil hombre mayor vestido de color caqui y que no para de hablar es el doctor Kauffmann, lo saludan, se hacen fotos con él y le agradecen por su trabajo.

El arqueólogo es uno de los estudiosos que más ha investigado sobre los Chachapoyas, centrándose principalmente en sus entierros. Son 14 las expediciones que ha encabezado el doctor Kauffmann en este territorio, y a través de ellas ha hecho descubrimientos impresionantes como los sarcófagos de Karajía –de hasta 2,50 metros de altura–, los mausoleos de Revach o el complejo funerario de los Pinchudos
“Los Chachapoyas trabajaban para la eternidad –dice Kauffmann–. Allí están los purunmachos que evocan a los fardos funerarios, y que eran colocados en pie y con una máscara funeraria por cabeza. Son maravillosos”.

El investigador solo ha estado cinco veces en Kuélap para hacer trabajo de campo. “Siempre dije mañana volveré, y así pasaron los años”.

Sin embargo, su aprecio por esta construcción es grande y se evidencia cuando, mirando nuevamente las murallas, llama la atención sobre los desprendimientos de las piedras calcáreas que la forman, y que dejan ver el relleno de piedra y barro empleado para sostener el recinto monumental.

“Los Chachapoyas tenían un sistema de drenaje admirable –explica el arqueólogo–. Cuando caían las lluvias, los ductos hacían que el agua saliera. Con los siglos estos se obstruyeron y ahora cuando llueve el interior se hincha, hace presión sobre las paredes y se desprenden”. Por eso exige que no solo vengan arqueólogos a trabajar a Kuélap, también ingenieros hidráulicos. “Hay que hacer funcionar otra vez ese sistema y detener el deterioro”, reclama.

Llegado el momento de dejar Kuélap, el doctor Kauffmann se detiene para observar desde lo alto el verde terreno escarpado que rodea el lugar y señalando un sendero apenas visible entre los árboles, identifica el viejo camino por el que, antes de que se construyera la ruta turística y el centro de interpretación ubicado a unos 400 metros cuesta abajo, se accedía a lomo de bestia.

Por allí subió acompañado de varios colegas que a través de los años lo han acompañado en sus investigaciones, entre ellos el antropólogo estadounidense James Vreeland.

“Era la época original, casi precristiana”, dice en su particular castellano el experto en textiles y amigo de Kauffmann desde hace más de treinta años, y que lo acompaña en esta visita. “En ese tiempo éramos unos purunmachos”, bromea y pide que le tomen una foto para perpetuar el momento.

Tenaz descubridor
Es una mañana tibia en la ciudad de Chachapoyas, capital de la región Amazonas, y el doctor Kauffmann ahora luce un impecable traje negro y corbata que le hace juego. La ocasión lo amerita, es el encargado de presentar Los Chachapoyas, el libro número 40 de la colección Arte y tesoros del Perú, auspiciada por el Banco de Crédito del Perú, que desde hace cuatro décadas difunde los grandes tesoros culturales del país.

Al ser quien más ha estudiado la cultura Chachapoyas, se le convocó no solo para escribir un par de capítulos del voluminoso y elegante tomo, sino también la presentación del mismo y además convocar a los 18 especialistas que han participado en su elaboración con diferentes ensayos y artículos, entre ellos el amigo James Vreeland y otros investigadores como la bióloga Mariella Leo, Antonio Brack, Luis Narváez, Víctor Pimentel, Miguel Cornejo, Keith Muscutt, Quirino Olivera, Abel Vega. A todos los conoce y conoce también su trabajo.

Al final del acto, el doctor Kauffmann departe con los asistentes y al preguntársele por sus recientes investigaciones, cuenta que hace un par de meses estuvo en Aija, provincia de Áncash, sobre los cuatro mil metros, donde fue para conocer unos sitios arqueológicos de pinturas rupestres, y adelanta que el próximo año viajará al sur de Pucallpa, en los alrededores del río Unini, a un lugar donde le han informado que hay unas esculturas gigantescas, de dos y tres metros.

“Todavía puedo manejar y caminar”, dice.
Caminar, manejar y subir montañas. Descubrir.
Federico Kauffmann Doig es incansable, como su curiosidad y sus ganas de saber.

Fonte: http://www.larepublica.pe/10-11-2013/con-federico-kauffmann-en-kuelap (10/11/2013)

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