Renace el Camino del Inca (PARTE 02)


A sus pies, grupos de piedras dispuestas en círculos trazan una línea de cerca de un kilómetro y continúan el camino hacia el tambo de Manchán, hoy sitio arqueológico, según las imágenes de satélite que muestra Guido Casaverde. “Estas rocas, abandonadas en el sendero, servían a la formación de los laterales de granito que bordean la ruta.
Cada kilómetro habría sido construido en menos de una jornada por una treintena de obreros. En cambio, las secciones más complejas, como las de la sierra, con muros de contención de varios metros, sistemas de drenaje pluviales y empedrados, necesitarían hasta dos semanas para una misma porción”, detalla mientras recoge una piedra rosada y desgastada.

Pulida por el agua de un río, esta era empleada como un martillo para fragmentar el granito. Según el arqueólogo, tal ruta sería, pues, uno de los últimos ejes trazados por los incas en tiempos del desembarco de Francisco Pizarro en Perú, en 1532. La llegada del explorador detiene la expansión del imperio y de la red de carreteras, que resultó útil en la colonización. Gracias a estas vías, los conquistadores llegaron rápidamente a las montañas y destronaron a Atahualpa, último soberano inca.

Bajo el Virreinato de Perú (1542-1821), los colonos continúan explotando el Qhapaq Ñan. Así lo revelan los vestigios de alfarería colonial hallados sobre el sendero. A los pies de unas colinas anaranjadas, Guido Casaverde colecta numerosas piezas perdidas por los jinetes españoles cuando galopaban sobre estas rutas.

Acariciando los bordes de una de las cerámicas, muestra las huellas de un torno de alfarero. Y descubre las jarras de época precolonial cerca de un pequeño campamento inca. Una suerte de área de reposo constituida por un cubreviento de piedra semicircular donde unos transeúntes dejaron en otra época los restos de un banquete de maíz y marisco.

Rápidamente, la red de carreteras fue perdiendo su sentido comunitario. “En tanto que los paisanos incas limpiaban y reparaban ellos mismos las secciones del camino cercanas a sus hogares, los hacendados dieron prioridad al cuidado de sus terrenos privados, distribuidos por la corona”, explica Alfredo Bar, quien lamenta que los senderos precolombinos hayan caído en el abandono. Cuando la Ordenanza de Tambos se establece, como un primer intento de preservar el Qhapaq Ñan, los terratenientes delegan en los autóctonos tal mantenimiento a cambio de una retribución.

Desafortunadamente, los nativos fueron explotados en semejantes trabajos, igual que en la extracción de oro. “Un mineral considerado por los incas como una lágrima del Sol, divinidad suprema de su panteón. Pero que toma otro valor con la llegada de los españoles”, recuerda Bar, inclinado sobre un foso cavado a menos de 100 metros de la ruta recién hallada, de camino al Cerro del Antival, a 10 kilómetros del océano Pacífico.

La búsqueda de oro, cinco siglos más tarde, sigue haciendo estragos: este pozo se revela como una de las numerosas prospecciones ilegales de Perú. La nueva fiebre dorada amenaza el Qhapaq Ñan: los mineros destruyen las huellas de los senderos precolombinos. “El hallazgo de una simple pepita compromete nuestro trabajo y nuestra seguridad”, dice el arqueólogo. “Los buscadores de oro nos perciben como una amenaza dispuesta a arrebatarles su preciado El Dorado. ¡Incluso han llegado a hacer retroceder a algunos de nuestros colegas efectuando disparos de advertencia!”, exclama antes de tomar la Panamericana, ruta que conecta, de Alaska a Argentina, las Américas anglosajona y latina.

En la costa, la construcción de este eje moderno ha permitido aliviar los senderos precolombinos, contribuyendo a su preservación. Y a su olvido: apartados, es aquí donde los arqueólogos tienen más dificultades para detectar las centenarias vías. En cambio, a más de 3.000 metros de altitud, los caminos ancestrales permanecen ocupados por rebaños de llamas y de alpacas, camélidos de pelaje espeso.

Aparecen, custodiados por sus pastores, cerca de la laguna Puray, al pie de Chinchero. Por el camino que bordea este pueblo, construido sobre restos arqueológicos, el olor a tierra recién removida impregna la atmósfera. A golpe de machete, un puñado de obreros retira la vegetación que crece entre los empedrados. Supervisados por los arqueólogos, otros preparan mortero según la receta de los incas –tierra, arcilla y cactus–, para reemplazar y fijar las piedras que faltan en este tramo que llega al Machu Picchu.

El Proyecto Qhapaq Ñan vio la luz, sobre todo, para ayudar a estas comunidades, atrayendo el turismo a las zonas quechua, donde la población vive de ingresos muy modestos. No obstante, la iniciativa es a menudo impopular debido a las expropiaciones, cuenta la antropóloga Frecia Escalante: “Varios cultivos se sobreponen ahora a ciertos tramos del Camino del Inca. Podemos recuperar los terrenos no cultivados aplicando la Ley de Patrimonio. En cuanto a las otras parcelas, los propietarios no aceptan cederlas voluntariamente”, explica, tras sus gafas de sol, esta cuzqueña. Confía en que, en el futuro, los recalcitrantes terminen por aceptar, cuando el turismo se desarrolle en las zonas bordeadas por el Qhapaq Ñan.

Algunos viajeros visitan ya el tramo que conecta Xauxa y Pachacamac. Una sección costera de 230 kilómetros que atraviesa el yacimiento de Huaycán de Cieneguilla. En el valle de Lurín, 40 kilómetros al este de Lima, esta antigua ciudad de casas geométricas y pasajes estrechos y polvorientos fue pacíficamente ocupada por los incas. Aquí levantaron palacios administrativos, con muros espesos de más de seis metros e imponentes ventanas. “Este pueblo, el cual constituye una puerta de entrada a los Andes, se revela como uno de los centros de control más importantes establecidos por los incas a lo largo de la red vial”, explica Camila Capriata, una joven arqueóloga. “Cuando los incas pusieron bajo su dominio otras poblaciones, se apropiaron de sus rutas añadiéndolas a su red de caminos”. Así consiguieron conectar, por primera vez, diferentes centros de producción, administrativos y religiosos con más de 2.000 años de antigüedad.

Y es este segmento del Qhapaq Ñan, así como otros cinco tramos, además del puente Q’eswachaka y la plaza de Armas de Cuzco, los que han recibido recientemente el reconocimiento de la Unesco en el territorio peruano. “En cuanto a las diferentes secciones de la red vial, cada país ha seleccionado las mejor conservadas dentro de sus fronteras. Para inscribir un bien cultural, este debe estar circunscrito geográficamente. Pero el Qhapaq Ñan es una obra de la cual ignoramos su extensión. Nuestra ambición es continuar identificando y restaurando tramos para inscribirlos sucesivamente”.

La Gran Ruta inca sigue reuniendo, cinco siglos después, las culturas del antiguo Tahuantinsuyu. Y países como Perú y Chile, quienes se disputan desde hace tiempo sus espacios marítimos, colaboran hoy en la búsqueda de esos caminos que les unen más allá de sus fronteras.

Fuente: El País, España

Fonte: http://www.aimdigital.com.ar/2015/06/29/renace-el-camino-del-inca/ (01/07/2015)

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