Maras y Moray: la generosidad de la tierra
Entre el Cusco y Urubamba se encuentran dos de sus atractivos más
conocidos, en los que la experimentación agrícola y la recolección de la sal
transforman los cerros y los valles
Esta ingeniería hecha en piedra y con canales
subterráneos son los andenes circulares de Moray. (Foto: Archivo EL UNIVERSAL )
Por IÑIGO MANEIRO
A vista de pájaro, las
salineras de Maras parecen una mancha blanca entre el verde multicolor del Valle
Sagrado y la cordillera del Urubamba. Desde la tierra es reluciente
y la gente trabaja en silencio. Se camina por los cantos, rodeados de pequeños
riachuelos, en una pendiente casi vertical. Son unas 600 pozas de sal,
de unos cinco metros cuadrados cada una, en las que se extraen por evaporación
tres tipos de sal: de primera, segunda y tercera categorías, según la pureza
que tengan.
Desde el Imperio Incaico, las
familias de Maras y Pichingoto extraen la sal, como si fuesen pequeñas granjas,
que después venden por kilos en los mercados de Urubamba, Cusco e Izcuchaca.
Afirman que tiene propiedades medicinales y, cada vez más, se encuentra
y se utiliza en bioferias, supermercados, restaurantes y hoteles, en ocasiones
a precios que multiplican varias veces el que obtiene el recolector del valle.
Las salineras de Maras se
encuentran en un estrecho cañón junto a las pampas de cereal que rodean la
localidad del mismo nombre. En ella, las casas conservan los dinteles de
piedra del siglo XVI decorados con inscripciones religiosas, escudos
nobiliarios y símbolos andinos.
También, por ese cañón, se
llega a Urubamba en bicicleta, a caballo o caminando, en una ruta rodeada
de vegetación que atraviesa el río, actividades que ofrecen los operadores del
Cusco y el Valle Sagrado.
La luz en esos campos, la
cordillera que se levanta imponente al frente, el mar blanco de sal que parece
que se chorrea en el cerro, y la aridez de todo lo que nos rodea hacen de Maras
algo mágico.
Foto: Archivo EL
UNIVERSAL
INVERNADEROS GIGANTES
A unos seis kilómetros de
Maras se encuentra una obra maestra de la ingeniería agrícola. Desde el
aire parecen unos enormes ojos de rasgo oriental de la Pachamama.
Durante la fiesta agrícola Moray Raymi, que se celebra todos los años en
setiembre, danzantes, músicos y hermandades, como liliputienses, se colocan a
lo largo de las andenerías con banderas y trajes de colores. Esa ingeniería
hecha en piedra y con canales subterráneos son los andenes circulares de Moray.
Estos óvalos y anillos
concéntricos, ubicados a diferentes niveles, eran el invernadero y el
campo de experimentación en agricultura de los incas. Esas diferencias
de altura, en las que se encuentran ubicados los andenes, creaban cambios de
temperatura y humedad que, según los arqueólogos, generaban hasta 20 zonas
diferentes de vida. En ellas, los incas podían domesticar plantas
silvestres y cultivar especies que, de forma natural, no crecen en el Cusco.
La madre naturaleza, que de
mil maneras, nos cuida y alimenta.
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