La prodigiosa destreza del Imperio maya

Con recursos muy limitados y en un entorno hostil, los mayas dominaron la América precolombina.

El hallazgo de una “autopista” del siglo VII a. C. es otra muestra de cómo, con recursos muy limitados y en un entorno hostil, los mayas alcanzaron las cotas más altas de civilización de toda la América precolombina.

Por José León Cano. La Vanguardia
Clarín.com / Internacional / México
19/05/2020

Las raíces de los mayas van retrocediendo en el tiempo a medida que se producen nuevos descubrimientos. Esta semana, científicos de la Universidad de Miami certificaron, gracias a la tecnología digital, una "autopista" de 100 km que conectaba los distintos puntos del imperio maya en la península del Yucatán. La ruta fue construida por K'awiil Ajaw, una reina guerrera de la ciudad maya de Cobá, alrededor del año 680 a. C.

En 1975, Norman Hammond, de la Universidad de Cambridge, en Gran Bretaña, demostró que los restos de madera hallados por su equipo en Cuello, un pueblo de Belice situado a 5 km de Orange Walk, junto a restos de cerámica correspondientes al período formativo de la cultura maya, databan de alrededor de 1020 a. C. Tal hallazgo hizo retroceder mil años el inicio conocido de esta civilización.

Descubrimientos posteriores la avejentaron, como mínimo, cuatrocientos años más. A los investigadores les sorprende la creciente antigüedad de los mayas, pero también el hecho sin precedentes de que su civilización hubiera surgido y se hubiese desarrollado en el aislamiento de la jungla.

La ruta del siglo VII a.C. halla en la península de Yucatán.

Ninguna explicación sobre el origen de la civilización maya ha obtenido la aprobación general de los estudiosos. Como las tupidas selvas de Guatemala, donde los mayas dieron cima a sus soberbias realizaciones, un espeso bosque de conjeturas apenas ha dejado luz suficiente para que, valiéndose de la interpretación de los restos, pudieran plantearse provisionalmente fechas y etapas.

Por el momento se ha establecido tres períodos:
Período Formativo, o Preclásico, entre los siglos X a. C. y III d. C.;
Período Clásico, del siglo III al X;
Período Postclásico, desde el siglo X hasta la llegada de los españoles en el siglo XVI.

La gran aventura de los mayas comenzaría modestamente entre el II y el I milenio a. C., cuando sus anónimos antepasados decidieron cambiar de vida. Así, la agricultura fue sustituyendo y complementando a la caza, la pesca y la recolección de plantas salvajes. Los vestigios más antiguos de producción agrícola, con útiles de piedra tallada, se sitúan al principio de este período. Todavía no tienen el sello maya.

Modelos tridimensionales de dos estelas mayas de un sitio ubicado en lo que ahora es Guatemala. Una de las estelas contiene escritura con referencia a la "segunda quema" de Bahlam Jol. - A. Tokovinine

Se han descubierto ejemplos en Victoria, una aldea de Guatemala de la costa del Pacífico, próxima a la frontera mexicana. También se han hallado en esa zona figuras femeninas de barro, de confección tosca, con las que se trataba –según parece, al igual que sucedía con las Venus del Neolítico europeo– de conseguir la fertilidad de la tierra asociándola a la de la mujer.

Rasgos distintivos
Al final del Preclásico, entre 800 y 300 a. C., el éxito alcanzado con la introducción de nuevas técnicas y productos agrícolas y la mejora genética del maíz –base tradicional y actual de la alimentación maya– da carácter a una incipiente civilización, cuyo primer movimiento expansivo alcanza los litorales del Pacífico y del Atlántico.

Las prácticas mágicas, patrimonio común, pasan a ser ejercidas en exclusiva por un grupo al que se supone dotado de poderes sobrenaturales. Con ello se establecen los cimientos de una clase sacerdotal que, liberada de los trabajos agrícolas, hace edificar templos –simples chozas como todas, sólo que de mayores proporciones– sobre plataformas de mampostería elevadas en el centro de las poblaciones. Allí se llevan a cabo ritos más elaborados que los que se efectuaban en el hogar o en el campo.

Templo de Kukulcán en Chichén Itzá

Al mismo tiempo, empieza a gestarse el inquietante panteón de unos dioses que, carentes de rostro humano, exigen a sus fieles el constante sacrificio de la sangre, bajo la amenaza de que el cielo se desplome sobre la tierra. Aparecen, además, influencias de la cultura olmeca, procedentes de la costa atlántica, que llegan hasta el litoral del Pacífico y las tierras altas de Guatemala. Se supone, aunque sin pruebas concluyentes, que el grupo gobernante habría sido sensible a estos referentes, presuntamente reflejados en el uso del calendario y en el inicio de la escritura.

De 300 a 150 a. C., mientras la población experimenta un constante incremento, se acentúan la diversificación de funciones y la diferenciación social. Los chamanes, intermediarios entre el pueblo y las fuerzas incontrolables de la naturaleza, se convierten en sacerdotes con poder real sobre el resto. Y es entonces –según sostiene la mayoría de los investigadores– cuando se desarrollan los conocimientos astronómicos, tiene lugar la invención del cero y se levantan las primeras pirámides.

takeshi

Tanto si las pirámides se erigieron en esta época o en una fecha indeterminada muy anterior, como defienden otros expertos, lo sorprendente es el hecho de que su concepción arquitectónica fuese idéntica a la que impulsó la construcción por Imhotep de la primera pirámide egipcia, hacia 2700 a. C., en Saqqara, para el faraón Dyeser. Es una misma idea: la superposición escalonada de varios túmulos funerarios, en el caso egipcio, o de plataformas-base de templos en el caso maya. Con las primeras pirámides emergiendo en la espesura de la selva se inicia también la primera época cumbre de esta extraña civilización.

Los jeroglíficos de su escritura –apenas descifrada hoy en un treinta por ciento– surgen de pronto, como si se hubiesen inventado de la noche a la mañana, y por todas partes aparecen estelas y altares con nombres y figuras tanto de dioses como de gobernantes. Los personajes importantes son enterrados con ricas ofrendas de jade y cerámica, junto a servidores sacrificados, al modo oriental, para seguir prestando servicio a su señor en el otro mundo.

Una megalópolis maya bajo la selva de Guatemala

Semejante fiebre constructiva se debe al descubrimiento de la argamasa, que los mayas obtenían con cal procedente de la trituración de conchas marinas, a la que añadían arena y agua. Sin ese oportuno hallazgo no habrían podido levantar muros de mampostería ni generar estuco, material excelente para reproducir máscaras de sus deidades.

La cultura maya habrá de adquirir sus rasgos más relevantes entre 150 y 300 d. C., lapso en que se diferencia del resto de las culturas mesoamericanas. Se produce una explosión demográfica que propicia la construcción de centros ceremoniales donde proliferan las estelas, las inscripciones jeroglíficas, los adornos de estuco... Algunos edificios del final de este período muestran ya el típico arco maya, logrado mediante la superposición de hileras cada vez más cercanas y cuyo origen se encuentra en el techado de sus tumbas comunes.

Los mejores momentos
La expansión no se detiene en lo que algunos autores denominan Clásico Temprano (200-500 d. C.). Aparecen las primeras fechas registradas en sus monumentos, así como las pruebas de una intensa actividad comercial tanto con Teotihuacán, en el centro de la meseta mexicana, como con pueblos sureños de la costa del Pacífico. Las ciudades-estado mayas favorecen el intercambio de cacao (utilizado como moneda), tabaco, algodón, sal y obsidiana, además de plumas ornamentales y joyas confeccionadas con jade pulimentado.

El poder se concentra en una teocracia cada vez más excluyente. Algunas pirámides se construyen con elementos pertenecientes al estilo de Teotihuacán, lo que sugiere una probable dominación de este pueblo sobre sus vecinos meridionales. Sin embargo, el verdadero apogeo de la civilización maya se produce entre 600 y 900 d. C., cuando sus centros ceremoniales florecen en la costa del Pacífico, en los altos de Chiapas, en el Petén, en la cuenca de los ríos guatemaltecos Usumacinta y La Pasión, en la costa del golfo de México y en la totalidad de la península de Yucatán.

La cultura maya habrá de adquirir sus rasgos más relevantes entre 150 y 300 d. C.,

Por todas partes se construye una ingente cantidad de edificios, plataformas que soportan la estructura de varios pisos, palacios con docenas de estancias, sepulcros lujosos, juegos de pelota, observatorios estelares... e imponentes pirámides de más de 70 metros de altura. Para obtener el favor de los dioses, pero también para mostrar la supremacía del hombre sobre la naturaleza –constante obsesión maya–, se levantan en Tikal, en plena selva guatemalteca del Petén, esas enormes pirámides. Sus templos superiores alcanzan la línea fronteriza del cielo con la selva. Sus cresterías, que, a modo de gigantescas peinetas, sobrepasan esa línea de la misma manera, parecen decir que una resuelta voluntad supera todas las dificultades.

Cuesta abajo
Todas, menos la ley que condena a la decadencia a todo cuanto alcanzó su apogeo. Sin embargo, también la decadencia maya es extraña. El trágico final de esta inverosímil epopeya humana se asemeja a la súbita oscuridad que sigue al deslumbramiento de un maravilloso castillo de fuegos artificiales. No sabemos qué ocurrió en realidad para que, de la noche a la mañana, toda esta brillante muestra de talento se viniera abajo, con el abandono unánime de los grandes centros ceremoniales, ahora a merced de la voracidad de una selva duramente domeñada durante siglos.

Se han propuesto para este súbito declive hipótesis tan variadas como poco convincentes. Las hay que lo atribuyen a la aparición de grandes sacudidas telúricas, pero las áreas central y septentrional de la zona maya quedan lejos de las regiones sísmicas de Guatemala o Chiapas. Otras lo achacan a bruscos cambios climáticos que propiciasen la caída de lluvias catastróficas en el Petén (donde se encuentran Tikal y otros centros ceremoniales), que habrían impedido la quema de zonas selváticas para el consiguiente cultivo de las mismas. Tales acontecimientos no han podido comprobarse.

Otros han postulado que plagas y epidemias –paludismo, fiebre amarilla– obligaron al abandono de las tierras bajas del sur, pero no está confirmada la existencia de estas enfermedades en épocas prehispánicas ni la supuesta despoblación del área central. No ha sido posible demostrar un hipotético agotamiento del suelo por exceso de cultivo, que habría convertido en sabanas grandes zonas de la selva. Por el contrario, se sabe que en bosques útiles para el cultivo la selva no tarda en reproducirse cuando este se interrumpe, pero sin ser reemplazada por sabanas.

Zona arqueologica maya de Tulum ubicada en el estado mexicano de Quintana Roo.

Tampoco se ha probado que existieran condiciones materiales favorables para un cambio violento, como el levantamiento de un campesinado fiel a las divinidades y prácticas tradicionales contra una clase dirigente en decadencia y contaminada por ideas y creencias extranjeras. Pese a esa falta de pruebas, Alberto Ruz, el descubridor de la tumba de Pakal en Palenque, sostuvo que la causa del trágico final de la civilización maya debería buscarse en la contradicción inherente a su sociedad, en los antagonismos derivados de una lucha de clases propiciada por la aparición de influencias foráneas.

Desconocemos, en definitiva, por qué en el curso del siglo IX se paralizó bruscamente la construcción de centros ceremoniales, estelas, pirámides, palacios y juegos de pelota. Ni siquiera se continuó fabricando cerámica decorada, ni objetos de jade ni cualesquiera otros artefactos sagrados. Como si los dioses mayas hubiesen decidido –por ignotas razones– que ya no sería necesario que su pueblo siguiera adorándolos en la selva.

Pero esta catástrofe no pareció afectar a la población común, que no solo no alteró sus formas de vida ni los lugares en que habitaba, sino que llegó a ocupar, como en Palenque, los vacíos edificios ceremoniales y sus alrededores. Tal vez sí existió, después de todo, una rebelión popular contra una clase dirigente ya no del todo maya. Ruz consideró como un posible reflejo de esa rebelión la mutilación intencional prehispánica de numerosos monumentos en que figuraban dirigentes, así como el abandono en desorden de estelas rotas a golpes.

Un auge momentáneo
Del año 1000 al 1200, la civilización maya, aunque fracasada en la zona central, continúa su curso en las demás áreas, si bien alterada por grupos de culturas foráneas que han ido infiltrándose poco a poco. Es el caso de los itzaes, que ocupan Chichén Itzá hacia el año 918 en una primera oleada. Llegaran en una segunda hacia 987, encabezados por el caudillo tolteca Quetzalcóatl-Kukulcán, que ostenta el mismo nombre del dios pájaro-serpiente común a todas las culturas mesoamericanas.

Estas influencias extranjeras dan lugar a una nueva edad de oro del comercio. Surge una nueva clase de nobles-comerciantes y se incrementa el número de los sacrificios humanos, raros hasta entonces en la zona maya. Aunque por poco tiempo: Chichén Itzá sufre un final repentino, hacia mediados del siglo XIII, al ser conquistado por gentes procedentes de Mayapán, ciudad-estado rival.

Zona arqueológica de Palenque, en el estado mexicano de Chiapas. La tumba de un alto dignatario maya fue hallada en esta zona por expertos mexicanos mediante una cámara de vídeo, un lugar al que nadie había llegado desde hace 1.500 años

A partir de entonces, y hasta la llegada de los españoles, el mundo maya clásico entra en un lento pero definitivo declive, propiciado por la interrupción del tráfico comercial entre el altiplano, el golfo de México y América central. Las distintas ciudades-estado, aunque bajo la hegemonía aparente de Mayapán, viven continuas guerras.

Tanto es así que algunos centros, como Tulum, Xelhá o la propia Mayapán, se rodean de murallas. Estas guerras aceleran una desintegración que queda reflejada en la decadencia de la arquitectura, la escultura, la pintura y la cerámica.

El proceso culmina con una nueva rebelión, de la que, a diferencia de las anteriores, ya existen referencias históricas. Ocurrió en 1441, y provocó la caída de Mayapán y el exterminio de la familia reinante de los Cocom, pese al apoyo prestado por mercenarios mexicas. De este árbol caído hicieron leña las plagas, los huracanes y las epidemias que mencionan las crónicas contadas a los españoles por las últimas generaciones de mayas libres.

Fueron las mismas que en 1511, setenta años después de la caída de Mayapán, sacrificaron a todos los miembros, excepto a dos, de la expedición española de Valdivia, naufragada frente a la costa oriental del Yucatán. Estos dos extraños, procedentes de otro mundo, darán comienzo a otra historia, que se prolonga hasta nuestros días, en la que los mayas intentarán con vehemencia, siglo tras siglo, recuperar un protagonismo que les fue violentamente arrebatado.

Fonte: https://www.clarin.com/internacional/mexico/prodigiosa-destreza-imperio-maya_0_VEDMGqcwA.html

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