Walter Alva y Sipán: Historia de dos señores

Por: Mario Campos – 16.07.2021

Era apenas un muchachito cuando recorría solo todo el valle de Jequetepeque haciendo el reconocimiento de los sitios arqueológicos. Esa pasión aprendida en la niñez lo llevó a realizar el descubrimiento más extraordinario de la arqueología mundial: la tumba del Señor de Sipán, un hombre de alta jerarquía en la cultura Mochica del Antiguo Perú. Walter Alva sigue trabajando en la zona norte. Está convencido de que apenas se han iniciado los descubrimientos de lo que considera es la zona más rica de la herencia cultural de nuestros pueblos. Cuatro millones de personas vieron a Sipán en los museos norteamericanos. En el Museo de la Nación, que con tanta solvencia dirige el Dr. Luis Watanabe, centenares de turistas extranjeros y miles de estudiantes peruanos se fascinan con Sipán.

¿Cuándo empiezan los trabajos que llevaron al descubrimiento de la tumba del Señor de Sipán?

En abril de 1987.

Bien, pero ¿qué desencadena abril de 1987?

El descubrimiento surgió de la manera más inesperada. Una noche, la policía técnica de Chiclayo allanó la casa de la madre de un grupo de huaqueros que había saqueado una tumba, y decomisa un conjunto impresionante de piezas de inmenso valor artístico.

¿Qué ocurre contigo?

Mi vida da un enorme vuelco y me planteo la gran posibilidad de defender el lugar. Sucede que las bandas de huaqueros estaban destruyendo todo y entonces, solo y sin recursos me pongo a organizar los trabajos inmediatamente.

Sin apoyo de nadie, ni del Instituto Nacional de Cultura, y exponiendo tu vida y la de tu esposa, inclusive...

Así es. Los pobladores estaban muy alborotados. Las bandas habían hecho excavaciones de hasta seis metros. La codicia, pues, los tenía agresivos, dispuestos a todo.

¿Qué haces entonces?

En abril de 1987 armamos el campamento y me voy a vivir ahí. Pero las cosas son difíciles porque los huaqueros acechaban, me pedían que me largara, nos insultaban, nos amenazaban. Empezamos los trabajos el 6 de abril de ese año. Ese día yo, mi mujer, que también es arqueóloga, y un grupo de estudiantes tuvimos que ingresar a hacer los trabajos rodeados de policías.

En medio de tantas dificultades, ¿cuándo se produce el gran descubrimiento?

El descubrimiento mismo de la tumba se produce el 26 de julio de 1987. Esta es una fecha memorable porque es el momento en que definitivamente constatamos que estábamos frente a la tumba suntuosa de un hombre de alta jerarquía en la cultura Mochica del Antiguo Perú.

¿Qué habían descubierto antes?

Había indicios de que podíamos estar frente a una tumba importante: las osamentas de un soldado cuidando la tumba, con su escudo sobre el antebrazo, con los pies amputados. Esto fue el indicio de que estábamos en la puerta de una tumba intacta.

¿Y ese 26 de julio?

Después de la limpieza del techo de madera que cubría esta tumba y al retirar los primeros sedimentos que cubrían el interior de lo que evidentemente era un sarcófago, aparece la figura en miniatura de la orejera principal del Señor, y ese fue el anuncio premonitorio de lo que iba a constituir la tumba, porque esta orejera parecía representar al mismo Señor flanqueado por sus dos guerreros.

¿Qué sentiste?

Fue como un encuentro mutuo. Cuando traté de ver a través de una grieta, sentí que no solamente yo estaba tratando de mirar, sino que algo también me estaba mirando. Era exactamente el rostro en miniatura de la orejera del Señor de Sipán, que a su vez es la imagen misma del personaje.

El momento cumbre de todo arqueólogo...

Sí, fueron segundos eternos que jamás podré olvidar. Era la tarde del 26 de julio, y tuve pues la sensación de un encuentro mutuo. Eso fue, más que la develación de un objeto. A partir de ese reencuentro y a través de ese gran personaje, yo he sentido y siento que estamos resucitando un poema.

¿Cómo empezó Walter Alva? ¿Cómo se fue haciendo su amor por la arqueología?

Yo nací en Contumazá, pero a los 4 años me llevaron a Trujillo, y en Moche yo recuerdo al viejo Max Díaz que me fue revelando esculturas, obras de arte y vestigios de la cultura Moche en su casa. Mi papá quería que yo fuera matemático como él, pero yo siempre fui el último en matemáticas. En mi casa estaban escandalizados por mi temprana afición por la arqueología. Pero no había nada que hacer: las reconstrucciones de la vida Moche, por todo sitio de la casa de Max Díaz, me habían fascinado. No había un día que no visitara su casa. Lo que descubría ahí iba a marcar mi destino, tanto, que a esa edad, conocí también a quien habría de ser luego mi esposa y hasta mi socia indesligable en esta maravillosa aventura: Susana Meneses.

¿Cómo fuiste desarrollando esa vocación?

A los doce años me convertí en explorador, y solo empecé a recorrer el valle de Jequetepeque, haciendo el reconocimiento de los sitios arqueológicos, recogiendo fragmentería de superficie que después clasificaba. Me había convertido en un precoz arqueólogo autodidacta.

No fuiste un niño como todos...

Bueno, mis amigos de la calle Colón me tendrían como un tipo medio extraño, ¿no?, llevando siempre en los bolsillos y en las manos fragmentos de cerámica y aprovechando el momento más inesperado para hablarles de esas cosas.

¿Y en el colegio?

Era tan grande mi pasión que mi primera exhibición la hice en un ambiente de mi colegio, el San Juan, cuando estaba en tercer año de media y tenía quince años.

Algo de poetas tienen también los arqueólogos...

Debe de ser, porque yo en los bolsillos no solo llevaba fragmentos de cerámica, sino también fragmentos de poemas de amor. En cuarto año me gané los Juegos Florales de mi colegio con un poema que llamé La madre del guerrillero.

Y ahí en la esquina te esperaba la universidad...

A los diecisiete años ingresé a estudiar arqueología en la Universidad de Trujillo y ahí afianzo mi vocación, reúno todo un marco teórico. Llevaba todo lo que había reunido desde los diez años, en que la arqueología me tocó. Llevaba, tal vez, mi verdadera forja de arqueólogo, cuando desde muy niño recorrí solo todo el valle de Jequetepeque y el valle de Zaña, cumpliendo lo que podría ser una suerte de catastro arqueológico preliminar.

Respecto de la arqueología, ¿qué significa catastro?

Significa precisar el potencial de un valle para la investigación arqueológica, algo que hice de pequeño.

Zaña es un valle maravilloso...

Este valle incomparable reúne todas las características destinadas a despertar el interés por la arqueología. Lo he dicho: en Zaña, donde uno pisa hay un resto arqueológico por estudiar, cosa que no ocurre, me parece, en ningún otro lugar del Perú. Zaña es una zona riquísima en vestigios arqueológicos.

¿A qué edad te graduaste?

A los 22 años, con la tesis Las salinas de Checó: un sitio del Pre-Cerámico peruano. Este trabajo fue desarrollado posteriormente en un proyecto de la Universidad Católica.

¿Y cuándo inicias tu destino en Lambayeque?

Cuando el Dr. Jorge Zevallos, profesor principal de la Facultad de Arqueología, me propone trabajar en una plaza recién creada, la de Supervisor de Monumentos en Lambayeque, que funcionaba en el Museo Brunning, donde trabajo de 1975 a 1977. En 1977 se jubila el director del museo y lo reemplazo, pero ya en los años precedentes había trabajado intensamente en la investigación y la remodelación del museo.

¿Qué ocurrió inmediatamente después del descubrimiento de la tumba del Señor de Sipán?

Desde el momento en que se descubre Sipán y se difunde la noticia de su hallazgo, primero por National Geographic y luego por la televisión mundial, surge el problema más delicado: la restauración de los innumerables objetos de cobre dorado que teníamos frente a nosotros, pues eran objetos que estaban en proceso de desintegración.

Esa tumba estaba intacta, pero hubo una anterior que fue saqueada...

Cierto, esa tumba estaba intacta. Habían saqueado otra tumba, perteneciente a otro Señor, antecesor de Sipán. El saqueo de la costa norte ha sido algo constante en el Perú. Bandas de profanadores azotan la costa norte del Perú, la región de Lambayeque y otras áreas de los valles vecinos. Estas bandas de profanadores están integradas por campesinos que han perdido su identidad, que ignoran el daño que le hacen a la ciencia y al Perú y que son incentivados básicamente por traficantes de piezas arqueológicas.

En 1989 estalló un escándalo internacional cuando se descubrió una carga de contrabando que contenía piezas de Sipán. ¿Cómo pudo ocurrir esto?

Fue a raíz de que la aduana norteamericana requisó un conjunto de objetos arqueológicos que estaban ingresando a través de una triangulación que empezó en Bolivia y en el que se encontraban algunos objetos de Sipán.

Pero, ¿cómo pudo ocurrir esto?

Lo que pasa es que el tráfico de piezas arqueológicas en el Perú es algo que continúa de una manera imparable...

E impune...

Impune, sí, y que es muy difícil de controlar.

Se ha discutido y se discute mucho una ley ambigua llamada de patrimonio cultural...

La famosa Ley de Amparo del Patrimonio Cultural tiene serios vacíos, además de incongruencias y contradicciones. Por un lado, se penaliza el saqueo de los monumentos arqueológicos, y por otro se deja abierta la posibilidad de que se adquieran libremente bienes arqueológicos, lo que significa una relación de causa y efecto. Yo creo que debe existir una nueva ley, acorde con las necesidades del país, de un país que tiene una extraordinaria herencia cultural que día a día está siendo saqueada y destruida, también, por el avance de la expansión urbana.

¿Qué ha significado la exposición del Señor de Sipán en los Estados Unidos?

Durante dos años, Sipán ha recorrido los principales museos norteamericanos. Sipán ha sido vista por unos cuatro millones de personas, ha elevado el conocimiento de las culturas aborígenes de América y ha provocado una revaloración de todo el sentido del mundo indígena. Con Sipán, la cultura Mochica ha empezado a ocupar, para los norteamericanos, el mismo sitial que los Incas, los Mayas y los Aztecas.

Hay una gran revaloración, consecuentemente, de la región de Lambayeque...

Creo que Lambayeque es la región más extraordinaria de América precolombina en restos arqueológicos. Sipán es uno de los cincuenta monumentos de esa importancia, de esa majestuosidad. Sin embargo, constituye apenas el inicio de lo que va a ser el despegue de la arqueología científica en el Perú. Nosotros seguimos excavando Sipán y otros monumentos vecinos donde hay una extraordinaria información.

¿Qué otros monumentos van a trabajar?

Este año pensamos trabajar Ucupe, que es otro monumento riquísimo. Vamos a trabajar, también, el cerro Ventarrón, un monumento que contiene una sucesión de culturas que van desde las épocas del 2000 a.C. hasta la época Inca. Estamos esperando trabajar también Pampa Grande, otro gran monumento moche, sólo comparable a la Huaca del Sol y la Luna de Trujillo.

Pampa Grande es de gran importancia...

Fue probablemente el centro político y administrativo de los moche en la región de Lambayeque y está ubicado apenas a quince kilómetros de Sipán.

Esto encierra anuncios de gran trascendencia...

Estamos hablando de que Lambayeque y toda el área de la costa norte van a convertirse en un gran centro turístico y sobre todo en un centro de investigación arqueológica y científica en los próximos años.

Pero, ¿qué están haciendo para impedir los saqueos?

El equipo del Museo de Lambayeque ha diseñado lo que se llama un Programa de Defensa de Monumentos Arqueológicos, que tiene varias etapas: una primera fue la intervención policial directa para detener el saqueo, porque había bandas que estaban destruyendo todos los monumentos arqueológicos de Lambayeque.

No es suficiente una instancia policial, falta algo más profundo...

Claro, hay una segunda etapa que es la organización de grupos de protección arqueológica. Susana Meneses y Carlos Western, del equipo del Museo, han organizado de una forma admirable el trabajo de estos grupos de protección, que son una especie de rondas campesinas. Para mí, la experiencia más inolvidable y conmovedora que he podido vivir ha sido tomar el juramento a cerca de seiscientos voluntarios para la protección de la herencia cultural.

¿Y en nombre de qué juraban?

Juraban por sus ancestros, por el Señor de Sipán, por sus antepasados. Esto es lo más maravilloso que me ha podido ocurrir, porque con estas experiencias los arqueólogos sentimos que estamos con el pasado, pero trabajando para el futuro.

La importancia de esto tal vez sea el rescate del orgullo...

Creo que hay una revaloración del orgullo, del sentido de la identidad. En Lambayeque, por ejemplo, ahora uno encuentra monumentos al Señor de Sipán, obras teatrales, poemas, marineras. Se está viviendo algo muy hermoso.

¿Y de qué estaban hechas las preguntas que te hacían en el extranjero por Sipán, por el Perú?

De fascinación. Hay una gran fascinación en el mundo entero por lo descubierto y por lo que aún queda por descubrir. Sipán irrumpe en el mundo con un mensaje de fascinación por una cultura poco conocida, una cultura con todos los ingredientes: misterio, un arte extraordinario y exquisito, etc.

Fue una cultura de artistas...

Los mochicas, a través de su cerámica, a través de su orfebrería, tuvieron unas manifestaciones que pueden ser estimadas como de cualquier arte clásico. Un ceramio moche es una obra perfecta. La cultura Mochica se desarrolló entre los siglos I y IV de nuestra era en toda la costa peruana. Fue una cultura muy vital, con una exquisita sensualidad que no se ve en otras culturas. Esa fuerza expresiva no fue otra cosa que el reflejo de la extraordinaria vitalidad del pueblo mochica.

¿Qué otras enseñanzas tiene para ti el Señor de Sipán?

Creo que a través de este gran personaje estamos resucitando un poema. Creo que también estamos haciendo renacer el sentimiento de orgullo de los peruanos. El Perú, nuestro país pluricultural y multiétnico, cuya cultura fue rota, necesita recomponerse, necesita tener un sentido de su identidad nacional. Y en ese marco, debe replantearse la enseñanza de la historia del Perú.

Un llamado que nadie escucha, que nadie quiere escuchar...

Es que a través de cosas como las que vamos descubriendo, tenemos que reconstruir la historia de un pueblo, como los mochicas, o como la cultura Chavín, que tuvieron un pensamiento religioso elaborado, una extraordinaria concepción del mundo. Tuvieron arte, poesía y una filosofía que se ha perdido y nuestra obligación es recuperarla valiéndonos de estos testimonios. También debe enseñarse a los estudiantes a revalorizar la tecnología maravillosa que empleaban, el manejo que tuvieron estos pueblos del ecosistema. Hoy, que todo el mundo está interesado en la ecología, debemos recordar que las antiguas culturas peruanas nos dan un sabio ejemplo de lo que ellos alcanzaron en este aspecto.

¿El Señor de Sipán ha conseguido ya el dinero para hacer su casa?

Estamos por resolver el reto de construir el nuevo museo del Señor de Sipán. Tenemos ya medio millón de dólares generados por la exposición de Sipán en los Estados Unidos. Las exposiciones en el Museo de la Nación nos permitirán captar otros recursos. El proyecto del nuevo museo ya ha sido entregado al Gobierno a través del ministerio de Educación. Estoy seguro de que vamos a ser escuchados y el Gobierno pondrá su contrapartida, a fin de convertir a Lambayeque en un importantísimo eje cultural y turístico del Perú.

Fonte: 1997 l Walter Alva y Sipán: Historia de dos señores l Bicentenario | BICENTENARIO | EL COMERCIO PERÚ

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