EL BRILLO DEL DESIERTO, YACIMIENTO DE HISTORIA

Por Guillermina Escoto Garduño
guille_es66@yahoo.com.mx

Cuando se dice que en la totalidad del territorio mexicano hay enterrados pedazos de historia, uno piensa en las enormes pirámides mayas ocultas entre la selva, o los edificios teotihuacanos o mexicas, establecidos en valles; pero nunca en el desierto; sin embargo, este suelo, aparentemente estéril, también obsequia vestigios arqueológicos de importancia para la historia de la humanidad, como pueden ser algunas de las primeras herramientas que elaboró el hombre o los huesos de animales extintos.

Como sucedió en Sonora, apenas a los ochos días de comenzar 2011, cuando México registró su primer descubrimiento arqueológico del año, en un sitio identificado como de caza y destazamiento de fauna del Pleistoceno, llamado Fin del mundo: tres puntas Clovis de 12,000 años de antigüedad elaboradas en sílex, dos enteras y una fragmentada.

Las puntas Clovis
Los expertos consideran que estas herramientas poseen un grado de perfección y belleza no habitual para su antigüedad, por lo que son únicas en la historia de la tecnología, lo que suma un valor estético al histórico: es una hoja de piedra perfectamente tallada por presión, con bordes bien definidos, un canal abierto hasta la mitad de la pieza que servía para asegurar la punta a un palo, y de una textura tan suave como la cera, pero con el filo suficiente para herir a un mamut. Se han encontrado de sílex, basalto y cristal de roca.

Sus inventores fueron los Clovis –de ahí el nombre de la punta de flecha–, por mucho tiempo considerados los primeros pobladores de América y de cuya existencia se sabe por las herramientas de cacería que fabricaron y que se han descubierto en el norte y centro del continente. La teoría del poblamiento de América que dominó durante el siglo XX dice que los Clovis pasaron por el estrecho de Bering, de Siberia a Alaska, hace 13,000 años, durante la Era de Hielo, cuando el nivel del mar bajó, y que de ahí iniciaron su camino hacia el sur.

A estos hombres se les puso Clovis, porque la primera punta con las características arriba mencionadas de que se tuvo noticia en el mundo fue encontrada en la localidad Clovis, Nuevo México, en Estados Unidos (1929). De acuerdo con los especialistas, se han encontrado puntas Clovis casi en todo el norte de América, donde no estuvo presente la masa de hielo de los glaciares; así como en algunos lugares del centro del continente; la más sureña fue descubierta en Costa Rica. Después de Sonora, la cantidad de puntas Clovis disminuyen considerablemente en cantidad.”

Para la arqueóloga Guadalupe Sánchez Miranda, quien encabeza el proyecto de investigación Fin del mundo, realizado desde el año 2007 por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), conjuntamente con la Universidad de Arizona y National Geographic Society, los Clovis entraron a México por Sonora y de ahí bajaron hacia el sur; hipótesis que quiere confirmar con el estudio de este sitio.

Sánchez Miranda destaca que en México ha sido esporádico el descubrimiento de puntas Clovis, “a lo mucho se cuenta con una docena procedentes de otros estados del país, principalmente Sinaloa, Jalisco, Oaxaca y Chiapas; en Sonora, los hallazgos llegan a cerca de 100 herramientas, entre puntas y preformas, lo que indica que aquí, hace 13 mil años hubo una población de Clovis abundante.

Otro aspecto que destaca es que los sitios Clovis por lo regular son pequeños y ella localizó uno en Sonora de gran extensión (cuatro kilómetros cuadrados), que llamó El Bajío, también indicativo de una población considerable.

Entre 1998 y 2007, Guadalupe Sánchez ha descubierto 12 sitios similares, de los cuales “al menos cinco son importantes para el estudio de los primeros pobladores de América porque fueron habitados por más cantidad de gente que el resto: El Aigamo, El Granal, Alba, El Bajío que destaca por su extensión, comparable con Gold Sais (EU), uno de los campamentos Clovis más grande de América, y Fin del mundo, importante por el estado de conservación en el que se encontró”. La arqueóloga detalla que los 12 sitios se encuentran alrededor de Hermosillo, unos más al norte y otros cercanos a la costa.

Una “escena congelada”
Fin del mundo se encuentra en medio de una planicie desértica, despoblada 150 kilómetros a la redonda; es un lugar donde el sol cae a plomo durante el día y por la tarde ilumina el paisaje de color dorado; la tierra se levanta con la fuerza del viento cubriendo todo como si fuera viejo y la resequedad agrieta el suelo, que aun así florece para regalarnos plantas que parecen esculturas minimalistas.

Pero hace 12,000 años era distinto: “una zona boscosa, con un lago a donde animales propios del Pleistoceno, ya extintos, se acercaban a buscar alimento y seguramente se quedaban atrapados en la orilla pantanosa; los hombres de entonces aprovechaban el accidente de las bestias para clavarles sus puntas de flecha y consumirlos”, reconstruye Sánchez Miranda en su mente de científica que intenta explicar los hechos.

Y es que para fortuna de la arqueología algunos huesos de aquellos enormes animales del Pleistoceno permanecieron ahí desde entonces; se quedaron “congelados” en la escena de la contienda como la imagen de una película de ciencia ficción, que ahora los arqueólogos interpretan y reconstruyen en su pensamiento a través del saber que les da años de estudio. Los huesos, de diversas especies, fueron encontrados en 2008, de acuerdo con las investigaciones llevadas a cabo destacan dos ejemplares de gonfoterio, un pariente del elefante parecido al mamut, pero más pequeño, que nunca había sido encontrado en asociación con el hombre en el norte del continente americano. Las teorías refieren que este animal dejó de habitar está región hace 30,000 años.

Pero para mayor suerte de los investigadores de Fin del mundo, en el mismo contexto arqueológico en que se encontraron los huesos de las bestias, yacían también las puntas de flecha Clovis, apenas localizadas el 8 y 12 de enero de 2011. La escena pudo haberse detenido para esos dos gonfoterios desde aquel preciso momento en que llovían lanzas sobre sus lomos y costados, mientras un grupo de Clovis intentaba derribarlos para comerlos, para cubrirse del frío nocturno con su grueso pelaje y quizá para elaborar amuletos con pedazos de sus huesos y dientes.

“Por primera vez en Norteamérica, especialistas en paleontología y prehistoria localizamos herramientas de grupos Clovis y huesos de gonfoterio en un mismo contexto arqueológico, lo que nos permite suponer que el hombre coexistió con esta especie animal de la familia del elefante y también que esta especie vivió por más tiempo del que se piensa en el norte del continente.

“El descubrimiento es de gran trascendencia porque los gonfoterios sólo se habían encontrado en asociación con el hombre en América del Sur; en tanto que en todo el norte y centro del continente, hasta Costa Rica, las evidencias que se han descubierto son de mastodonte americano y mamut”, explicó en su momento Guadalupe Sánchez.

Los estudios de los restos de gonfoterio los realiza Joaquín Arroyo Cabrales, investigador del Laboratorio de Arqueozoología del INAH, quien en entrevista explica los detalles en torno a este animal extinto, que habitó durante el Pleistoceno, hace 11,000 años.

Como el mamut pero más pequeño
Para el paleontólogo Joaquín Arroyo, el mito de los cazadores de mamut, como se les ha identificado a los Clovis, es más romántico que cierto, porque su cacería implicaba un riesgo muy fuerte para el hombre, al atacar a un animal de toneladas de peso; por eso lo que él propone es la práctica carroñera; es decir, los grupos de cazadores esperaban a que un mamut se quedara atrapado en un pantano para aprovecharlo.

Lo mismo debió haber ocurrido con los gonfoterios, en caso de que convivieran con el hombre norteamericano, dice Joaquín Arroyo y describe al animal: “fue muy parecido al mamut pero de menores dimensiones. Llegaba a medir de dos y medio a tres metros y pesaba de dos a cuatro toneladas, mientras el mamut podía alcanzar las 10 toneladas; sus defensas (dientes delanteros) eran rectas, en tanto que las del mastodonte y mamut, corvadas.

“El gonfoterio es una de las tres especies de mamíferos conocidos como proboscidios –a la cual pertenece el elefante actual– que habitaron el continente americano hace 11,000 años: las otras dos fueron el mamut y el mastodonte americano. El gonfoterio no sólo era el más pequeño de los tres, sino el más antiguo.

“Fue el único proboscidio que pasó a Sudamérica porque ni el mamut, ni el mastodonte habitaron en esa región; en cambio estas dos especies sólo llegaron hasta Centroamérica, a la altura de Costa Rica.”

El científico detalla que en México se han localizado restos de gonfoterio principalmente en la vertiente del Pacífico, pero en contextos donde no aparecen rastros del hombre. “Ni en el país, ni en ninguna otra parte de América se habían encontrado restos de este animal junto con herramientas de los grupos Clovis, dichas herramientas siempre se habían encontrado relacionadas con el mamut”.

El paleontólogo explicó que “por la sola presencia de restos óseos de gonfoterio y puntas Clovis en el mismo estrato de tierra, la posibilidad que estén asociados es muy grande”; aunque no pueden definir si los cazaron hasta hacer estudios detallados.

Especificó que es necesario comprobar la idea de coexistencia de Clovis con gonfoterios, con análisis como los tafonómicos, a partir de los que se estudian las huellas que quedaron marcadas en los huesos, para determinar si las hizo el hombre; por ejemplo, si algún individuo los destazó para utilizar sus pieles o su carne, quedan rasgos de corte; también si sufrió alguna enfermedad o si fue atacado por otros animales, se puede saber por medio del estudio de los huesos.

Arroyo Cabrales comentó que al desenterrar los huesos se vuelven muy frágiles por la acción del tiempo –11,000 años–, entonces es necesario aplicarles una sustancia preparada por los restauradores del INAH para evitar el resquebrajamiento o que en el proceso de estudio, los especialistas dejen marcas que se puedan confundir con las huellas impresas en el pasado, proceso que retarda el análisis, en tanto que es necesario esperar a que se estabilicen las piezas.

El científico considera que debido a las condiciones de conservación no hay muchas posibilidades de que se pueda obtener ADN de los huesos de los gonfoterios, por lo cual es difícil su fechamiento directo; sin embargo, en el sitio se aplicarán otro tipo de técnicas que permitan obtener una antigüedad precisa.

Al respecto, Guadalupe Sánchez agregó que se llevan a cabo pruebas por Radiocarbono, una técnica de medición de antigüedad muy precisa para los vestigios de hasta 40 mil años, que estudia la materia orgánica contenida en un elemento arqueológico; así como por otros métodos de alta tecnología. Detalló que en este caso el estudio se aplica en conchas de una especie de molusco muy pequeño, llamado gasterópodo, recolectado en el sitio.

Los análisis los realiza la Universidad de Arizona, institución que también lleva a cabo el estudio paleombiental a cargo de Vance T. Holliday, luego de que durante la última temporada de campo, en enero pasado, fue hecha la colecta de gasterópodos, obtenidos de los estratos de tierra donde estaban los gonfoterios y las puntas Clovis.

Joaquín Arroyo explica que el trabajo que se hace en los estudios prehistóricos es muy detallado y largo, implica excavaciones en las que el paleontólogo va quitando la tierra con cucharillas muy pequeñas para encontrar elementos diminutos que permitan descubrir lo que habitó el planeta hace millones de años, en ese pedazo de suelo que se quedó compactado bajo el que pisamos, y donde aún es posible encontrar “escenas congeladas” del pasado, como la de una posible cacería de gonfoterios.

Fonte: http://inah.gob.mx/index.php/especiales/4930-el-brillo-del-desierto-yacimiento-de-historia (18/03/2011)

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