Tenochtitlan es aún una ciudad por desentrañar (PARTE 01)

FOTO: Exploraciones en lo que pudo ser un calmecac o escuela para hijos de la nobleza.

Para Raúl Barrera, supervisor del Programa de Arqueología Urbana, la mejor manera de conservar es mostrando.

Por: SABINA ROSAS Y 
J. FRANCISCO DE ANDA-CORRAL

En la quietud de la mañana, las calles del Centro Histórico de México irradian su esencia antigua. Los pisos de piedra tienen un brillo húmedo y legendario que se refleja en las cortinas de los negocios aún cerrados.

Los pasos de Raúl Barrera sobre la calle de Argentina quiebran el silencio. De lejos, parece un hombre de campo: calza botas, usa sombrero y una chamarra de piel completa su atuendo. Llega al cruce de Justo Sierra con Donceles y se introduce en las entrañas de una calle cerrada a la circulación.

Debajo, a tres metros de profundidad, lo espera un muro en forma de talud, es decir con la inclinación típica de los basamentos prehispánicos. Es de tezontle y grandes bloques de andesita decorados con lajas. Imponente. Corre a lo largo de la calle de Argentina y continúa bajo los edificios de ambos lados. Debió dejarse de construir entre 1486 y 1502, supone Barrera. Su base aún no se distingue, sigue oculta en la tierra.

Parado frente a su hallazgo más reciente, el arqueólogo sabe que lo que asoma es apenas la presencia incipiente de uno de los 78 edificios que, de acuerdo con Bernardino de Sahagún, formaron parte del recinto sagrado de la ciudad de Tenochtitlan, destruida y enterrada por los conquistadores.

Llevan poco más de 100 años desentrañándola. Desde los tiempos de Manuel Gamio hasta nuestros días. Recién se cumplió el primer siglo del descubrimiento de la esquina suroeste del Huey Teocalli o Templo Mayor (etapa constructiva III 1430-1440 d. C.), realizado por Gamio en el cruce de Seminario con República de Guatemala.

No obstante que los esfuerzos arqueológicos fecundaron a raíz del descubrimiento fortuito del monolito de la diosa Coyolxauhqui, en 1978, que dio lugar y aliento a una excavación sin precedentes, lo cierto es que cada generación, haciendo uso de los conocimientos y tecnologías disponibles, ha develado un trozo de la historia: Leopoldo Batres, Alfredo Chavero, Eduardo Matos Moctezuma, Felipe Solís, Raúl Arana, Leonardo López Luján, Carlos Javier González, entre muchos otros a lo largo de un siglo, se han afanado en la búsqueda de la ciudad perdida. La superficie excavada rebasa 14,000 metros cuadrados.

La ciudad bajo tierra
Raúl Barrera Rodríguez pertenece a la generación de arqueólogos que ha hecho historia en el siglo XXI con hallazgos recientes del centro ceremonial mexica. Lleva ocho años trabajando en la zona arqueológica Templo Mayor, como supervisor del Programa de Arqueología Urbana (PAU), una fórmula que han encontrado los especialistas para desenterrar, estudiar y conservar el recinto prehispánico sin sacrificar la arquitectura colonial, en un cuadrángulo de aproximadamente 500 metros por lado (de la esquina noroeste de Palacio Nacional a la calle de San Ildefonso y desde Correo Mayor a República de Brasil), donde se erigía el recinto sagrado de los mexicas.
Desde hace casi 24 años, el Programa de Arqueología Urbana, ideado por el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma como una ampliación del trabajo exploratorio del Templo Mayor, ha desarrollado medio centenar de intervenciones en distintos edificios y predios que conforman las siete manzanas circundantes de la zona arqueológica.

No es una solución simple. En arqueología cada objeto hallado cuenta, y sobre todo en su contexto. Importa su temporalidad, el material de su fabricación, a cuantas capas de la superficie se ubique, porque será más adelante una pieza para ir armando el rompecabezas y entender la historia completa.

Y sin embargo, para Barrera, la arqueología no es un asunto de objetos viejos: “Nosotros no estudiamos objetos, estudiamos sociedades”, dice con aplomo.

Hallazgos en la
brecha del tiempo
Ocho años como supervisor del PAU, le han dado a Barrera la posibilidad de ir encontrando nuevos vestigios de la ciudad enterrada y, casi como si trajera un mapa antiguo en la mano, constatar in situ la existencia de construcciones prehispánicas referidas en las fuentes antiguas.

Y es que la ciudad de México es una enorme caja de tiempo colmada de historias. Sus espacios se despliegan como páginas de un libro antiguo donde están escritos los secretos de su origen y la intimidad de su accidentado matrimonio con España.

Para entenderla, Raúl Barrera camina, observa detenidamente, lee montones de libros sobre historia; de cronistas como Bernardino de Sahagún, Diego Durán y Torquemada; estudia códices; repasa los mitos.

Cuando se llevan a cabo obras de infraestructura, privadas o públicas, el arqueólogo toma su cucharilla y con ella traspasa la brecha de tiempo en la ciudad enterrada.

Mientras se refuerzan los cimientos de un edificio, se cambian tuberías del drenaje, se tienden nuevos cableados o se arreglan jardines, aprovecha que el suelo está abierto para buscar lo que lee en los documentos. Barrera se siente afortunado de contar con ellos:

“Para nosotros es básico, porque contrastamos lo que describen las crónicas con los hallazgos arqueológicos y, por lo menos lo que menciona Sahagún, lo hemos corroborado con mucha precisión”, asegura.

En el 2007, cuando se realizaban los trabajos de ampliación del Centro Cultural de España, el equipo de Raúl Barrera pudo localizar los restos de lo que pudo ser el calmecac, la escuela para los hijos de la nobleza mexica, que ha quedado resguardado y como un bello museo de sitio bajo los nuevos cimientos del centro.

Más tarde, en el 2010, en el predio de Guatemala 16, atrás de la Catedral Metropolitana, halló los vestigios del templo más importante dedicado a Ehécatl-Quetzalcóatl, dios del viento: una edificación de planta mixta conformada por una plataforma rectangular de dos cuerpos que mide 34 metros de norte a sur, y un adosamiento circular en su parte posterior, de alrededor de 18 metros de diámetro.

La edificación presenta tres etapas constructivas, y por sus características arquitectónicas corresponden a las etapas V (1481-1486 d. C.) y VI (1486-1502 d. C.) del Templo Mayor, época de auge del imperio mexica bajo el dominio de Ahuítzotl, mientras que los pisos superiores refieren a la etapa VII (1502-1521 d. C.), aquélla que vieron los conquistadores españoles a su llegada.

CONTINUA.....

fdeandac@gmail.com

Fonte: http://eleconomista.com.mx/entretenimiento/2015/05/21/tenochtitlan-aun-ciudad-desentranar (27/05/2015)

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