Durmiendo en el paraíso de piedra de Kuélap

Los expedicionarios de la Quetzal han pasado el fin de semana en una maravilla arquitectónica y arqueológica construida por la cultura chachapoyas en Perú, allá por el año 1.100.

Texto e foto de Érika Montañés

Dormir en una ciudadela fortificada como Kúelap que, según las estimaciones, fue levantada por la cultura de los chachapoyas en la selva peruana hacia el año 1100, es un privilegio al alcance de solo unos elegidos. Este fin de semana lo han hecho los integrantes de la Ruta Quetzal BBVA 2011. ABC los ha acompañado, como el resto de medios que cubren la expedición, formando un “todo” con los chavales, compartiendo con ellos las caminatas, las comidas y las inclemencias del tiempo.

Porque dormir en una maravilla arqueológica como Kuélap también es un desafío: aunque en la toponimia chachapoya no se ha encontrado el significado a la palabra, los incas le dieron una traducción a la lengua quechua. En este idioma nativo, menta el “lugar frío”.

El termómetro se ha detenido durante la noche en los bajo cero. En tiendas de campaña y con la lluvia impertinente, todos los expedicionarios se han calado hasta los huesos. Poco importó cuando antes de acostarse Javier Armentia, director del Observatorio de Pamplona y rutero habitual, ha impartido su conferencia anual sobre “el cielo que todas las culturas miramos”. Ha desgajado el imperio del universo reflejado en cada estrella, que “toca” con su láser.

Cuajada, un huevo cocido, pan y un «choclo»
Tras la aciaga noche, los jóvenes amanecen a las 6.00 horas de la mañana como si nada. El sonido de la dulzaina tocada magistralmente por el que llaman “abogado de la ruta Tonet”, Antonio de nombre de pila, al ritmo de la banda sonora de la película “La misión” ha sido su despertador de hoy. Al altavoz, Jesús Luna, jefe del campamento, les alienta, como hace cada mañana de ruta: “Empieza un nuevo día, comienza una nueva ilusión. Hoy es el día que todos habíamos esperado”. Claro que en lo que piensan en ese momento los quetzales es en un buen tazón de chocolate calentito con churros, antes que en la avena recurrente de todos los amaneceres, que compaginan esta mañana con cuajada, un huevo cocido, pan y un “choclo” o mazorca de maíz.

Ver el amanecer en Kuélap es indescriptible. Las vistas desde lo alto del torreón central de la ciudadela fortificada también. De hecho, es desde aquí, con la sierra dibujando el valle perfectamente verde del río Utcubamba y bajo el manto de niebla cubriendo las copas de las montañas, cuando uno entiende por qué chachapoyas se traduce como la “gente de las neblinas” o “gente de las nubes”.

Parece increíble que, ante tal belleza arquitectónica y arqueológica, esta edificación solo lleve siendo investigada a fondo desde el año 2004, bajo la batuta directiva de Alfredo Narváez. La ciudadela tiene 600 metros de área amurallada por 20 metros de altura. Revestida toda en piedra caliza, dentro de la muralla se esconden alrededor de 400-450 viviendas, calcadas unas de otra con una oquedad central que hacía las veces de osario, ya que los chachapoyas de esta región (que habitaron entre los años 500 y 1470) enterraban a sus muertos primero bajo tierra y luego trasladaban sus restos hasta internarlos por ese agujero en la casa. El espíritu del fallecido les acompañaba para siempre en este hogar que se asemeja en algo a un “loft”, por cuanto los chachapoyas dormían en un altillo de madera sobre el salón central.

Es una ciudadela religiosa y no militar
Aunque son muchos los que consideran que Kuélap podría tener una finalidad militar o de defensa, por la ubicación del torreón, en realidad estudios posteriores como los del arqueólogo alemán Federico Kauffman Doig lo han considerado un centro de distribución de alimentos y, sobre todo, fue una ciudadela religiosa, donde se mezclaba servidumbre y gente de elite para realizar sus cultos.

Los muros se conservan en perfecto estado y se van consolidando a medida que se deterioran. En ellos, encontramos impresos estilos arquitectónicos distintos, con petroglifos que acompañan a cercanas cavernas con pinturas rupestres.

«Los chachapoyas, rebeldes hasta el final»
Además de sus valores visuales, es especialmente llamativa la historia que tiene intramuros. “Los chachapoyas fueron rebeldes hasta el final. Consideraban que éste era su sitio sagrado, y por eso, cuando llegaron los incas con afán conquistador, ellos se unieron a los españoles para echar a los incas de aquí. Después, cuando fueron dominados y trasladados a otro sector de la región, prendieron fuego a la fortaleza en señal de que “o era de ellos o de ninguno”. Miguel, guía de la ciudadela, ofrece algunos detalles de este recinto, orientado de norte a sur, mientras comparte que en el interior de la edificación también se han encontrado restos de enterramientos humanos y esqueletos de unos 1.300 cuerpos.

Extramuros, los chavales de la Ruta Quetzal relajan sus piernas después de haber subido en una andadura muy, muy exigente de unos 6 kilómetros, con gran desnivel. Al final, no les aguardaba el presidente peruano para celebrar uno de sus últimos Consejos de Ministros, porque la cita se ha anulado después de los acontecimientos de Puno (un motín de mineros contra la Policía se saldó con seis muertos en la noche del viernes). 24 horas después, han vuelto a bajar esos kilómetros de distancia, mientras chocaban de frente a su paso con las costumbres de los descendientes de la cultura chachapoyas, que se mantienen rebeldes como antaño. Casi igual de aislados del mundo. “En el distrito de Tingo estamos alfabetizando por un futuro mejor”, reza un cartel a la entrada de este pueblito que devastó un aluvión y que ha derivado en que haya un “nuevo” y un “viejo” Tingo. Parece éste otro Perú aún más necesitado.

Milo y Elías, en el camino
Los miles de metros de altura que separan Tingo, en la base de la montaña donde se encarama Kuélap, hasta la fortaleza, se recorren aquí a lomos de un caballo, que alquilan a los turistas que no frecuentan estos lares. Los crían salvajes, al aire libre. Nos los cruzamos a cada zancada, como a Milo, un pequeño que lleva toda la cara ennegrecida y que es feliz con su paquete de galletas o Elías, que en brazos de su abuelo, nos da los “buenos días”, como todos los chachapoyas con los que nos cruzamos, que tienen exquisita educación. Sonríen y preguntan a los chavales y acompañantes “si ya se van” de allí. Los jóvenes no olvidarán esta ciudad ni a esta gente, aunque ahora mismo las plantas de sus pies no piensan lo mismo. Llevan ya muchos kilómetros a sus espaldas y les espera todavía la impresionante caminata a las cataratas de Gocta, las terceras más altas del planeta.

Fonte: http://www.abc.es/20110628/sociedad/abci-durmiendo-paraiso-piedra-kuelap-201106280904.html (28/06/2011)

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